jueves, 28 de mayo de 2015

El ardiente sol. Un pasillo oscuro y un mar de calma.



En el ardiente sol de esta playa mi piel arde y se quema. Siento como el calor penetra a través de mi piel. El calor me rodea en un abrazo delicioso que me relaja y me lleva a un paraíso cálido. Las olas rugen queriendo lamer mis pies, yo me hago del rogar huyendo de sus lenguas húmedas y cálidas. Diciéndoles que en un momento iré, en un momento cuando las cálidas manos de mi amante el sol dejen de acariciarme suavemente con tan tierna lujuria, caricias suaves que proyectan en mi mente imágenes de sedas y telas suaves.

Corriendo por un estrecho pasadizo oscuro. Tropiezo a cada paso, me arrastro con desesperación. Me digo que tengo que seguir, me levanto bruscamente golpeándome contra la pared. No veo nada, ni siquiera las manos frente a mi cara, pero tengo que seguir. Y sigo corriendo con miedo de volver a caer, con el miedo que provoca esa oscuridad profunda e insondable que te oculta mil horrores. Comienzo a jadear, el sudor corre por mi frente, los músculos comienzan a dolerme, los tobillos comienzan a doblarse y vuelvo a caer, mis ropas se rasgan y mi piel sangra.

Navegando en este mar negro y profundo contemplando como el  inmenso cielo estrellado se va ocultando por unas nubes densas que palpitan con un fulgor proveniente de sus entrañas y que rugen con estruendo a cada paso. Una tormenta se acerca a esta superficie tambaleante y ondeante de agua salada, solo me queda disfrutar de la tranquilidad que antecede la calma.


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