Eran las 2:15
de la tarde, hacia un calor endemoniado y el metro se había retrasado más de
media hora, el andén estaba lleno. El anterior andén debe estar igual de lleno
así que llegara a este andén lleno, donde se llenara todavía más, eso es lo que
estaba pensando cuando el metro llego, efectivamente iba a rebosar de gente,
que fastidio, podría esperar el próximo metro pero seguramente la mitad de la
gente hará lo mismo y el siguiente metro vendrá igual o mas lleno, además ya
había esperado demasiado. Me acerque a la línea amarilla, que uno no debe
cruzar por seguridad, y espere a que el metro se detuviera, busque un vagón
cercano con espacio suficiente y me metí como pude, hacia diez veces mas calor
adentro del vagón que fuera, sonó el timbre agudo que anuncia el cierre de
puertas y estas se cerraron.
Dentro del
vagón el aire era denso, tan denso como la miel, el calor te sofocaba, la nariz
es inmediatamente sofocada con miles de olores, te deja de funcionar el olfato
y cientos de cuerpos sudorosos se presionaban y rozaban entre si aumentando el
calor y la densidad del aire.
Podía
sentirse en el ambiente la pesadez del aire, este te presionaba, te empujaba
hacia abajo, era molesto respirar ese aire, es como respirar una serpiente
transparente, gelatinosa y viscosa, esta se mete por tu nariz y tu la sientes
resbalar por tu conducto respiratorio hasta tus pulmones donde estos trituran y
muelen su carne, estos restos pasan a la sangre y recorren todo tu cuerpo, tus órganos
metabolizan la carne putrefacta de la serpiente y devuelven a la sangre pedazos
todavía mas putrefactos, todos los pedazos se vuelven a juntar en los pulmones
y la serpiente vuelve a recuperar su forma y exhalas a un ser todavía mas
gelatinoso, viscoso, asqueroso y repugnante que el acababas de inhalar. Alguien
mas inhala esa serpiente, el ciclo se repite y nace una serpiente a un mas horripilante,
el proceso se repetirá cientos de veces mas, será un ciclo infinito de
repugnancia que mantendrá en crecimiento continuo a un monstruo que se vuelve
cada vez mas aberrante y horrendo.
El metro se
detiene en la siguiente estación, las puertas se abren, una brisa fresca y viva
me anima a salir del infernal vagón, se escucha el timbre, es una fortuna que
nadie suba en este andén. Hable demasiado pronto, cuatro chicos llegan
corriendo y entran a toda prisa en el vagón, llevaban uniforme de color azul
marino, tal parece que son de la misma escuela.
El espacio
se reduce, los cuerpos se acercan más y el aire se vuelve más denso. Los 4
chicos formaron un pequeño círculo y se acomodaron en un pequeño espacio
enfrente de mí, eran dos chicos y dos chicas, los cuatro eran atractivos, las
chicas son lindas y los chicos son guapos, comienzan a sonreír, a mirarse, a
hacerse gestos, sus rostros son muy expresivos, se comunican sin palabras. Llamaron
mi atención, estando pegados enfrente mío era inevitable, y me di cuenta que
literalmente hablaban sin palabras, los 4 eran sordomudos, se estaban
comunicando por el lenguaje de señas, hacían movimientos rápidos con las manos
y no las utilizaron para sostenerse dentro del vagón. Los dos hombres estaban
recargados en la puerta, una chica se recargo en el tubo al lado del asiento y
la otra chica me daba la espalda, era de cabello rojizo, piel clara y usaba
unos lentes de pasta gruesa, nos separaba una mochila verde que colgaba de su
espalda y que recargaba contra mi pecho. Me llegaba a la altura de la nariz y
podía oler su cabello, olía bien, era el olor que te queda después de bañarte
con shampoo pero olía bien, un olor dulce creado artificialmente. Cerré mis
ojos y me dispuse a disfrutar del olor que emanaba de su cabello, sentía su suave
cabello rozando mi barbilla, mis sentidos dejaron de estar embotados y
adquirieron una sensibilidad rebosante, ahora no solo percibía el olor de su cabello,
también podía oler el de su piel, sentí cada contorno de la mochila que
presionaba contra mi pecho, podía sentir como emanaba el calor por cada poro de
su cuerpo. Me concentre en todas esas sensaciones y por un instante solo
existimos ella y yo. Yo contemplando la gloriosa magnificencia del universo,
ella sin saber que era la magnificencia del universo y que estaba siendo
contemplada.
Hubo una
sacudida, abrí los ojos y ella salía con el timbre que anuncia el cierre de
puertas, la seguí con la mirada hasta que se perdió en la multitud. El metro
siguió su marcha, volvió el calor insoportable, el ambiente asfixiante, las
miles de miradas que no quieres ver, la incomodidad de la cercanía humana, se
perdió la magnificencia, el dulce aroma, el suave tacto.
Un amor
platónico más que se suma a la lista interminable de amores que nacieron y
murieron en un instante, efímeros pero reconfortantes momentos de tranquilidad
que logran por un momento que olvides la realidad.
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