martes, 31 de enero de 2012

La bestia estrellada


– Fruuuuuuuus, Fruuuuuuuuuuuuuuuuuus, Fruuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuustracion – es lo que grita una niña en su habitación. Está encerrada en su cuarto, sin juguetes y sin cenar. Acaba de anochecer y aun no tiene sueño.

Enojada y sollozando se sienta en el suelo y dirige la mirada hacia el cielo estrellado que se vislumbra atreves de su ventana. Una cantidad inmensa de puntitos luminosos cubren el cielo, aquí y allá se dispersan estos puntos sin que se pueda hallar lugar donde no se encuentren. La niña los mira con atención por varios minutos, el tiempo parece dilatarse y el espacio parece expandirse cuando concentra su mirada en un punto en concreto, este fenómeno parece inquietarle y se acerca lentamente al borde de la ventana para tener una mejor vista del cielo nocturno. Dirige su mirada a una región del cielo particularmente cubierta de estrellas y concentra su mirada, al hacerlo por varios minutos comienza a aparecer el mismo fenómeno extraño, es como si la región que está mirando creciera y se moviera, como si una gran bestia estuviera del otro lado y rasgara el manto estrellado que le aprisiona, pero no solo puede verlo también puede sentirlo, puede sentir el cambio del espacio en su piel, es una sensación extraña, siente que el tiempo se vuelve más lento, que su alma misma se mueve y se expande, siente que puede estar ahí parada mirando el cielo por toda la eternidad,  no es una sensación desagradable pero no sabe bien como clasificarla, no sabe como debería reaccionar ante esta nueva sensación pero tampoco parece preocuparle mucho.

Nuestra pequeña niña sigue mirando las estrellas, al parecer ha quedado absorta con la mirada perdida en el cielo, no se mueve, respira pausadamente y apenas parece pestañar, no sabe cuánto tiempo ha pasado pero una cosa tan insignificante como el tiempo no le importa. Ahora que se ha olvidado del mundo nada que no sea el cielo le importa. Se ha transportado a un mundo vacio donde solo está presente su existencia, un mundo solo de ella, un mundo con una superficie que ondula, que se mueve, tiene la misma textura, forma y color que el mar mas sin embargo esta superficie es sólida y se puede caminar sobre ella. Es un mundo inmenso, más grande que el universo mismo y en medio de esta cama de agua inmensa esta parada esta insignificante niña con la mirada perdida en un cielo que parece tener cada vez mas estrellas.

Y en un punto en el que el cielo parece que no puede contener mas estrellas, este nuevo mundo comienza a reflejar a su contraparte y en su superficie comienzan a brotar estrellas una a una hasta cubrir la totalidad de esta superficie acuosa. Ahora hay dos cielos, uno verdadero y su reflejo, el reflejo se mueve suavemente al ritmo de las olas y su contraparte comienza a imitarle y ambos comienzan a expandirse y moverse como si grandes bestias de infinitos brazos habitaran detrás y rasgaran con manos enormes el manto estrellado que los aprisiona, todo se mueve y parece que el cielo fuera a rasgarse, en este punto ya no sabemos qué cielo es el real y cuál es el reflejo, ambos se han fundido en tan igual apariencia que ahora es imposible concebir que hubieran existido como entes separados, todo el universo se ha vuelto uno, un cielo estrellado y un mundo vacio.

Nuestra pequeña niña no puede más que contemplar esta escena cósmica, el cielo se diluyo y cayó sobre el mundo y a su vez el mundo se diluyo y se mezclo con el cielo. Ella quedo atrapada en medio y ahora parece flotar en un mundo donde le rodean infinidad de estrellas, no tiene miedo, ni siente sorpresa o angustia, siente que pertenece a este mundo, que ella debe estar ahí, que siempre debió estar aquí, en este mundo que se ha vuelto uno con el universo. A sí que contempla el mundo que se ha creado a partir de su existencia. A cualquier punto donde ella fija la vista parece que el espacio le corresponde expandiendose y moviendose como si una mano rasgara el manto estrellado y quisiera escapar de la prisión que lo envuelve, una bestia de infinitos brazos.

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